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Foto del escritorAna Sainz-Pardo

La ruptura de una amistad es como un elefante-cebra.

Actualizado: 18 may

Para mí es un poco así.

Es como un elefante cebrado. Único y asombroso. Diferente, pero en realidad similar.

El dolor por una amistad que ya no es tal, es un duelo incomprendido. Es como si se tuviera que pasar, pero sin hacer mucho ruido.

Si rompes con una pareja se entiende que sufras y estés mal, vale, pero cuando esto ocurre con una amistad, no se comprende tanto ni se trata igual. O al menos, a mí me lo parece.


Hoy escribo sobre la amistad porque lo necesitaba.


Una amistad de las buenas, de esas intensas en tiempo e intimidades, deja huella.

Crea surcos en la persona. La moldea y la desarrolla. Es un aprendizaje constante. Repleto de experiencias, complicidad, preocupaciones, alegrías, penas, risas y lloros.

Es abrirse y dejarse llevar. Es admirar y es adorar. Es un millón de cosas…


Yo tengo unos pocos amigos, de esos que cuentas con una sola mano. Mis imprescindibles. De esos que forman parte de alguna de mis arrugas.


Pero quiero escribir también sobre el dolor que se sufre cuando una amistad se acaba.

Cuando ese mundo compartido se rompe, cuando se arruina, cuando se apaga, cuando muere.., y de lo que nos sucede por dentro. Esa sensación de ardiente vacío, de pérdida de una parte propia.


Porque cuando una amistad se ve truncada duele como una ruptura de pareja. La diferencia puede ser que normalmente no se convive con la amiga, y por tanto, el despegue físico es más inmediato. Pero el emocional es un “nosequé que quéseyo” que te llevas para el resto de tu vida.


Yo tuve una amiga del alma que se convirtió en mi enemiga. Así sin más. Por intentar poner límites a nuestra relación, por intentar pedir un poco de espacio…. No funcionó. Supongo que no lo entendió y se ofendió. Éramos jóvenes e inexpertas, y bastante inocentes, díria yo. Teníamos 19 años y nos conocíamos desde los 8. En la época en que dejamos de ser amigas estábamos recién ennoviadas las dos, además con unos chicos que eran primos entre ellos. Por esto de los primos, íbamos casi siempre en parejitas, siempre juntos los cuatro, la verdad es que lo pasábamos genial. Llegó un punto en que yo necesitaba pasar más tiempo a solas con mi novio, porque me trasladaba a estudiar a otra ciudad y nos separaríamos pronto. Cuando se lo expliqué a ella, esperando su complicidad, resulta que explotó la bomba. Parece ser que ofendí a nuestra pareja de amigos, y por ende a sus familias. No lo entendieron. Creo que se sintieron rechazados, o ninguneados, o algo. Mi novio y yo quedamos como malas personas, como egoístas.


Nunca más nos volvieron a hablar, ni ellos ni buena parte de la familia. Un desastre, y un despropósito. Ella, además, era mi vecina de abajo. Para qué quieres más… Encuentros incómodos demasiado frecuentes, chismes de portal, cotilleos de familia y dramas innecesarios a tutiplén durante los años que duró mi relación con el primo. Un horror horroroso.


Pues rota la relación de pareja, pasado el tiempo y superado el duelo amoroso, con él está todo sanado y pasadito. Pero ella me quedó en el corazón como una pequeña herida sin cerrar.

Siempre tengo en el recuerdo los buenos ratos y las risas juntas, lo bien que me sentía cuando estaba con ella, la seguridad que me daba estar a su lado, y cuánto me gustaba como era….

Nunca entendí bien lo que pasó. Y siempre me he llevado a cuestas la vivencia como una injusticia. Porque la he echado de menos en multitud de ocasiones. Muchas. Pero después de tanto tiempo, ya sabes, se enfría todo, cada vez da más reparo el buscar un acercamiento… Y ya con hijos, con nuestras vidas… Y la incomprensión del entorno. Otra tela marinera…. No se entiende. No te entienden. No se creen que puedas estar pasándolo fatal por una cosa así. Se ve como una exageración. De ahí sentirme como un elefante cebrado. Bueno, pues nosotras nos hemos visto solo un par de veces en estos más de 20 años que han pasado. Hemos coincidido en un parque con nuestras familias. Ella se casó con el primo de mi expareja, y me consta que son felices y con hijos. Carrera profesional encaminada, casa propia, todo bien. Y yo me alegro infinito por ellos. Pero yo tuve un vuelco al corazón las dos veces que me la encontré, y aunque hablamos cordialmente y eso, yo realmente no conseguía escucharla mucho, la sentía lejos y poco definida… Me sentía nerviosa, agobiada y muy incómoda. Lo que son las cosas…


Pues bueno, de esto hablo, de no superar los baches en una amistad y sus consecuencias, o de no saber hacerlo. O de no poder. O de no querer.

De pasar el trago como se puede y seguir viviendo. De reemplazar, de olvidar, de masticar recuerdos y digerirlos para que no duelan.


Sé que ella también sabe que éramos inmaduras e inexpertas, y que, si la hice daño, lo siento en el alma. No fue mi intención. No me justifico, es que seguramente no supe hacerlo mejor.

Yo ya la he perdonado ese vacío inexplicado. Uff, y hace mucho. En cuanto valoré que no tenerla a mi lado era mucho más importante que mi incomprensión o mi enfado.


Todo esto me lleva a la reflexión original: las rupturas sentimentales, las de pareja, sí que las trabajamos, las elaboramos y nos empeñamos para superarlas porque sabemos las consecuencias. Pero, ¿y las rupturas de amistad? Duelen, se enquistan y necesitan sus cuidados, pero de esto no se habla tanto. O eso me parece a mí.


Ana Sainz-Pardo



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