Muchas veces nos encontramos en relaciones donde lo que al principio nos parecían diferencias atrayentes en nuestra pareja, se acaban convirtiendo en algo conflictivo.
O nos centramos en cambiar al otro, en intentar continuamente corregir sus comportamientos para que encaje en lo que a nosotros nos parece lo correcto, de forma crítica y poco constructiva.
O cuando nos cuestionamos la relación en la que estamos, nos encontramos que realmente hay mucha distancia con el otro, y que prácticamente ya no compartimos nada.
O incluso compartimos espacios, o familia, o cama, pero sin un ápice de interés romántico, pasional, sexual o a veces ni siquiera de amistad.
Esto desgasta y no es justo.
La terapia no tiene como objetivo fundamental el cambio de la pareja, sino el aprender a conocerse verdaderamente, comprenderse y tratar así de aceptarse mutuamente. Fomenta la tolerancia hacia lo que es distinto, y esto, de forma natural, provoca cambios.
Si hay interés en seguir siendo una unión, se busca fortalecer o recuperar la amistad, la empatía y las metas comunes.
Si ya no hay interés en proseguir juntos, se aprenden herramientas para emprender la separación de forma respetuosa y sana. Se busca que se pueda conllevar la situación de la forma menos dolorosa posible.
En ocasiones se pueden observar eventos en la pareja que no se pueden modificar ni cambiar, quizá por sus historias personales u otras razones. En estos casos la terapia consiste en aprender a reaccionar ante ellos de forma más adaptativa y funcional, en equipo. No se trata de eliminar sus diferencias, si no de conseguir que las diferencias no sean irreconciliables, incluso que sean compartidas, respetadas y que contribuyan a su propio bienestar conjunto.
Una pareja que acude a consulta, lógicamente, se encuentra en un estado muy particular y concreto que desea cambiar.
A mí me gusta explicarles, que para que se produzca ese cambio deseado no es cuestión de buscar, encontrar y señalar culpables, si no de asumir responsabilidades.
La culpa invalida, sin embargo, la responsabilidad posibilita la capacidad de responder de forma hábil para promover el cambio deseado.
Mi función consiste en acompañarles en este proceso de aprendizaje de sus propias respuestas para que les lleve a acciones más productivas.
Me gusta recordar a las personas con las que trabajo que no hay parejas ideales, mejores o peores. Cada pareja tiene su propia idiosincrasia, sus propios comportamientos adecuados y modos de hacer personales, los que para ellos tienen sentido y valor. Y eso es lo importante, identificar los de cada unión, recuperarlos si se perdieron, e integrarlos con seguridad y complicidad.
Ana Sainz-Pardo
Foto de Emrah Ayvali
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