El ESTRÉS es una respuesta natural y adaptativa de nuestro organismo ante una amenaza, un desafío o una demanda. Consiste en una sobreactivación física, mental y psicológica que ayuda a la consecución de metas.
De forma más técnica o teórica, el estrés se puede clasificar como:
estrés negativo (distrés)
Podemos decir que el estrés positivo nos activa y nos encamina hacia las metas propuestas. Sin embargo, el estrés negativo nos puede paralizar e impedir alcanzar los objetivos propuestos, conllevando además un enorme malestar y pudiendo considerarse patológico.
Cuando nos centramos en el negativo, en el distrés, se reconocen 5 fases que caracterizan su evolución, y es importante saber sobre ellas para poder reconocerlo:
- Fase 1: Fatiga física y/o mental.
Aquí se reconocen las primeras consecuencias del estrés, con disminución de la vitalidad y aumento de cansancio, somnolencia y desmotivación.
- Fase 2: Problemas interpersonales y desenganche emocional.
Aquí aparecen el mal humor o la irritabilidad, que conllevan a dificultades en las relaciones personales con el entorno, y al aislamiento social.
- Fase 3: Desequilibrio emocional.
La tensión generada por la fase anterior hace entrar al individuo en una gran agitación emocional que perturba las capacidades personales. Pueden aparecer pesimismo, problemas de concentración y para tomar decisiones, y se intensifican las dificultades interpersonales.
- Fase 4: Cronificación.
El estrés perdura y se hace más crónico. Afecta tanto psicológicamente como físicamente (dolores de cabeza, de espalda, fatiga, incapacidad de concentración, desesperanza). Es importante reconocer y trabajar con lo que de base está causando el estrés.
- Fase 5: Enfermedades relacionadas con el estrés.
Se entra en un periodo de agotamiento e incluso de despersonalización, donde el sistema inmunológico se ve debilitado y por tanto, se hacen evidentes las consecuencias físicas (resfriados persistentes, problemas digestivos, de sueño, etc…).
Existe otra forma de clasificar el estrés negativo, que sería en función de sus consecuencias:
Estrés crónico: se caracteriza por el agotamiento físico, emocional o mental que causa daños generales en la salud, siendo de especial importancia el debilitamiento del sistema inmune. Algunas de estas consecuencias negativas pueden ser: enfermedades del aparato digestivo, enfermedades cutáneas y problemas cardíacos; insomnio; ansiedad; depresión; abuso de sustancias y/o alcohol; irritabilidad y pérdida de motivación; inseguridad.
Estrés agudo: puede reportar síntomas similares al anterior, pero es puntual y de corta duración, recuperándose posteriormente el funcionamiento habitual.
Para trabajar este estrés negativo, resulta esencial estar bien informado de qué es y de sus características más importantes.
El estrés nos afecta cuando no disponemos de los recursos necesarios para hacer frente a demandas exigentes, por lo tanto, es esencial desarrollar herramientas que nos den el control y nos empoderen.
Es muy importante incluir el entorno social, buscar la red de apoyo, puesto que, aunque en muchas ocasiones cuando sufrimos estrés las relaciones interpersonales se deterioran, trabajar sobre ellas será de mucha ayuda para mejorar la situación.
La terapia psicológica puede ayudarnos a gestionar nuestro control interno y a adquirir recursos y fortalezas para afrontarlo, ya que es básico trabajar en nosotros mismos y en nuestra percepción del mundo, pero sobre todo cuando lo exterior no se puede modificar.
Si quieres saber más sobre el ESTRÉS, puedes verlo aquí.
Ana Sainz-Pardo
Foto de Elina Krima
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