Todos nos sentimos tristes, desganados o derrumbados alguna vez. Es natural.
Pero, si es algo que nos acompaña de continuo, que empaña nuestros días o que nos impide disfrutar de las cosas bonitas que nos rodean, puede ser el momento de ver si necesitamos ayuda para recuperar nuestro rumbo.
La depresión es un trastorno del estado del ánimo caracterizado por este tipo de sentimientos negativos y acompañado de sensación de infelicidad. Puede aparecer el abatimiento, la baja autoestima, la apatía, la sensación de pérdida, la frustración y/o la ira. Perduran en el tiempo y nos interfieren de forma significativa en nuestro día a día.
Además, no tiene edad. Puede aparecer en la infancia, la adolescencia, la edad adulta o la vejez.
Más concretamente, la depresión se puede manifestar por síntomas cognitivos, físicos o conductuales como:
Cognitivos: Dificultad de concentración. Pensamientos negativos sobre uno mismo, sobre las experiencias o sobre el futuro. Sentimientos de inutilidad o de culpa. Estado de ánimo irritable. Sentimientos de desesperanza o de abandono. Pensamientos suicidas.
Físicos: Fatiga. Dificultad de movimiento o agitación. Cambios de peso y en el apetito. Molestias estomacales. Cambios de sueño. Cefaleas. Ansiedad.
Conductuales: Inactividad y déficit de actividades usuales y placenteras. Exceso de conductas de evitación o de quejas. Intentos de suicidio.
Para trabajar la depresión es muy importante tener en cuenta el contexto de la persona, su ambiente, su entorno, lo que le rodea. El ámbito familiar y social suele verse trastocado en estos casos, y sanarlo forma parte de la recuperación, y a la inversa.
Establecer pautas que ayuden a las relaciones, observando e interviniendo desde un lugar respetuoso fomentará que se reestablezcan uniones deseadas y situaciones que permanecían aletargadas.
De forma habitual se puede escuchar decir “caer en una depresión”, o “entrar en un estado depresivo”. Y es que yo veo que la depresión es como una especie de túnel. Estrecho, oscuro, frío, lúgubre, eterno. Es la sensación de caída contínua, una opresión al interior de la persona que deja sin emociones, sin ganas, como sin voluntad, incluso, a veces, sin lágrimas. Sí, sin fuerzas ni para llorar, porque ya se ha llorado tanto que te encuentras como seca, vacía...
Pero tiene un final, una salida. Más lejos o más cerca, pero está. Solo hay que atravesar el camino. No quedarse quieto. No esperar. No desesperar.
Afrontar la humedad y la oscuridad con estrategias que vuelvan a dar color a las paredes, que vistan al cuerpo para resistir la andadura y caminar hacia la salida, hacia el mundo exterior. Volver a encontrar el sentido de las cosas.
Este recorrido en terapia es un aprendizaje conjunto, que pasa por la voluntad, el autoconocimiento, el autocuidado y la honestidad. Y cuando yo inicio un viaje con una persona hacia el final de su túnel, acompañándola, me gusta recordárselo: igual que se puede entrar, se puede salir, así que allá vamos.
Ana Sainz-Pardo
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