Hoy me viene a la cabeza esta palabra, DESESPERANZA, porque hablando una mañana de estas con una mujer fuerte, luchadora y valiente, me contaba que ella la siente en el aire que respira, que tiene esa sensación agarrada en el pecho, y que no la suelta….
Vive en un país que no es el suyo. Aquí está casada y es madre de un pequeño de 4 años. Se vinieron por intentar mejorar sus vidas, y buscando nuevas oportunidades para todos.
En su país de procedencia ella tiene una casa propia, ahora alquilada para sacarle algo de beneficio. Poco, muy poco, porque el cambio de moneda es devastador.
Cuando los tres se trasladaron, ella estaba acabando la Universidad y lo compaginaba trabajando ya “de lo suyo” a media jornada, y aunque ganaba una miseria, se sentía bastante realizada en ese ámbito. Confiaba en que esa experiencia mejoraría aún más en un lugar mucho más desarrollado.
Aquí rápidamente su marido empezó a trabajar. Es su tierra, y es su idioma. Pero no pisa por casa; trabaja 6 días de 7 y a jornada partida, desde primera hora de la mañana hasta la hora de la cena. Con su sueldo, pasan a duras penas el mes. Los alquileres y la comida estan por las nubes. Ganas más, pero gastas más. Dicen que también la calidad de vida aumenta, pero, creo que ellos ya se han dado cuenta que esto no es así... Bueno, depende de lo que tú percibas como calidad de vida, claro... pero en fin, este es otro gran tema. Ella, después de tres años, sigue intentando acabar la carrera de forma online, pero con muchas dificultades por el cambio de horario -puesto que son diferentes continentes-. Aún lucha por conseguir la ciudadanía y los servicios sanitarios mínimos. Trabaja en negro como camarera 15 horas semanales para poder ir pagándose el carnet de conducir, porque, aunque ya lo tiene hace años, no se lo convalidan. Además, aunque sea con poco, quiere contribuir a los gastos familiares. Por lo demás, cuida de su pequeño a jornada completa.
Se siente abrumada por una sensación de inutilidad constante. A veces se para a pensar y se cuestiona qué pinta ella haciendo esto, o lo otro… o porqué llegó ella a estar en esta situación…
El aburrimiento es la sintonía de cada cosa que acontece. La rutina, el hábito, lo habitual, lo de siempre, lo mismo de siempre…
Aunque dice que intenta afrontar sus días motivada, siente rápidamente esa falta de energía, y de ganas, y de tiempo. Aun así, hace casi todas las cosas que se propone, y de forma resolutiva. Pero desganada... Se siente una autómata. Un robot. Un poco vacía por dentro…
Echa de menos la alegría, las risas, la complicidad.
La sorpresa, el misterio, la intriga.
Los sobresaltos, el inconformismo, las discusiones apasionadas.
La atención, la importancia, la valoración.
Los objetivos, las prisas, los nervios.
El perderse, el encontrarse, la búsqueda.
Los colores, la música, bailar y hacer el amor.
Los abrazos, el calor, la vida.
Y todo esto porque no confía en que nada cambie.
No cree que nada de lo que pueda pasar mejore su estado o sus sensaciones. Se plantea incluso que la vida sea realmente esto, que consista en vivir así y listo. Que esto que siente sea lo normal, lo lógico, lo común…
Cuando sentimos sensaciones como éstas, de forma tan fuerte que nos asfixian, que nos bloquean y nos impiden ver el horizonte, puede aparecer la desesperanza.
La desesperanza consiste en evaluar los acontecimientos adversos que nos ocurren desde el lado negativo. Atribuir siempre causas, consecuencias e implicaciones negativas para uno mismo de lo malo que nos ocurre. Además, como algo estable, interno e inamovible.
Esto nos hace perder la esperanza.
No nos deja margen para luchar por la mejoría.
Nos nubla un futuro posible más prometedor, y un presente necesario de acción.
Por tanto, podemos decir que la forma de evaluar lo que nos pasa es muy importante.
Interpretar los sucesos negativos desde una perspectiva pesimista influye en la aparición de dificultades emocionales como la ansiedad, o el estrés.
En situaciones que nos provocan estrés, la desesperanza abre las puertas a la tristeza y la depresión.
Por ello, aprender a atribuir e interpretar lo que nos sucede desde una perspectiva limpia, locuaz, desde fuera, inteligente, honesta y objetiva nos ayudará, y mucho, a entender y coger posturas ante la vida que nos permitan razonar y reaccionar ante los acontecimientos de forma saludable.
No todo es cuestión de culpas o responsables, si no de interpretaciones.
Acabando la conversación la otra mañana, le dije a la mujer que estuviese tranquila, porque el primer paso es darse cuenta de que no se encuentra bien y poder expresarlo, eso demuestra fortaleza. Que es muy valiente por pedir ayuda, porque asume sus límites y sabe aceptarlos, y tiene la capacidad de confiar. Y por supuesto, es una luchadora, por no conformarse y querer cambiar las cosas, cuidando de sí misma y de los demás.
Es cuestión de entender que nuestro análisis del mundo tiene importancia, que nuestros pensamientos tienen inmensa fuerza y nos ayudan a matizar el impacto de lo que nos ocurre.
Que, aunque cueste y requiera esfuerzo y trabajo, se puede salir de esta visión tubular y negativa del propio mundo.
Nos lo merecemos.
Ana Sainz-Pardo
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